jueves, 30 de junio de 2011

Carta nº 2: Cardeña, recuerdos de infancia y juventud

A los olivos andaluces

Viajando a Cardeña, mire donde mire,

tierra roja, verdes plateados

los olivos majestuosos,
muy serios, han callado.
Tienen la cabeza gacha
mas no se oye su llanto.




¡Ay, qué tristes olivarcitos!
-pero chiquillos, ¿qué os pasa?

-que aún siendo muchos, estamos solitos.
-alegraos pues, ¡yo estoy con vosotros!

- tú te irás, no nos sirve.
- en el corazón, os llevaré conmigo

Madrid, a 10 de julio de 2011


Mi estimado Sr. García Lorca,
Vuelvo a la carga, Don Federico, no siendo mi intención en lo más mínimo darle la tabarra, si no continuar relatándole mi aventura por tierras andaluzas.

Después de desayunar tranquilamente -en la ya nuestra favorita terraza- y en un par de horas visitar Medina Azahara, pusimos rumbo a Cardeña, pueblo que viera nacer a mi mama.

Como ya se habrá dado usted cuenta, mejor hubiera sido empezar por Cardeña, pues es, del viaje trazado, lo que más cerca de Madrid nos queda. Pero sólo tuvimos un par de días para ver los patios, que debía ser lo primero y más urgía, ya que acababa el concurso el 15 de mayo.

Cuando uno esta de vacaciones no vale tener prisa, es por esto que nos nos importó demasiado incrementar 90 kilómetros arriba o abajo.

Habíamos calculado bien la hora para llegar a comer en cá Lucas, así que a las dos en punto, entrábamos por uno de los brazos del pueblo, cual pulpo, y la plaza su cabeza.











El tiempo me pareció inmutable salvo por algún pequeño detalle.
La misma larga calle de casitas blancas, a los lados ajardinadas y adornadas por diversas flores, que ambientan divinamente: Romero, geranios, rosas y tal vez espliego -o quizás lo imaginara-, me pareció oler a lavanda.












"Apenas ha cambiado nada" -le digo a Carlos. Y enseguida me arrepiento, al mirar las arrugas de mis manos, mis canas... ¡si sólo han pasado 25 años!















Diviso el reloj de la Torre del Ayuntamiento -siempre me gustó mucho, por cierto- y acuden de nuevo los recuerdos, de cuando en verano, para ir a la discoteca, quedábamos en la plaza, arregladas como muñecas ¡dulce adolescencia!










El balconcito de la habitación del hostal que nos hospedaba daba a la calle de la Iglesia, Ntra Sra. del Carmen. Como si por ella no hubiera pasado el tiempo, tal cual la recordaba estaba.













Con la protección de la noche, cual bandidos, nos
escondíamos en estos poyetes a fumar un cigarrillo.

Por si mi madre leyera esto... ¡mamá! que yo no fumaba,
sólo les acompañaba.










Al ir dando un paseo y subir por detrás oímos un "cla, cla, cla, cla, cla, cla" y otro "cla, cla, cla" que respondía. Al mirar hacia arriba ahi estaban, mis amigas, las cigüeñas.











Pueblo de nidos es, grandes y pequeños. Se pueden ver cientos de golondrinas que revolotean y anidan. Ruidosos pajarillos y, sin embargo, bellos.








También nos acercamos hasta la plaza del mercado y a la calle Baja del cerrillo nº 1, para ver la casa donde vivió mi abuelo, mi madre, y yo los veranos y veranillos, los Diciembres, las Semanas Santas y los Puentes. ¡Esa sí que ha cambiado, madre mía!





La casa baja de la izquierda era la de mi abuelo.
Dígame, Don Federico, a que inexorable pasa el tiempo, todo es efímero, nada duradero


















Recuerdo bien su pozo, su patio, con sus parras,
y su... ¿seguirá intacto su encanto?
















Los desayunos del domingo de aquel entonces eran
especiales: mi madre hacía chocolate y compraba, en
este mismo mercado, jeringas -unos churritos que estaban
para chuparse los dedos.













Ahora sigue habiendo churrería, pero la
encuentro algo diferente.
















En éstas Sr. Lorca...











es fácil adivinar qué es lo que ha cambiado.










Al día siguiente, tras descansar un poco, a pesar del calor nos atrevimos con un sendero. 15 kilómetros de caminata por la solanera o tres horas deisfrutando de la dehesa -dos formas diferentes de ver las cosas- desde Cardeña a Aldea del Cerezo.



Rica es su fauna pues se encuentran varias rapaces y aves -hasta un observatorio hay-; te miran atentas las vacas, curiosas; a las cabras me acerqué para fotografiarlas y su perro pastor, cumpliendo con su trabajo a la perfección, nos ladró, las juntó y alejó de la valla;





elegantes caballos; cabaras esquiladas, cuya lana ya habíamos visto agrupada;


y el indiscutido rey de estos parajes, el cerdo ibérico, bien alimentado por las bellotas de las encinas -entenderá pues que el plato estrella sea el lechón frito, apreciado hasta el infinito por el paladar más exquisito-;



Observando este ejemplar, y por tomarle a usted por ejemplo, le dediqué estos versos a semejante manjar,
el gorrino:

Te llamen como te llamen,
cerdo, puerco, o cochino,
a mi que me expliquen
cómo puedes estar tan rico
y llamarte marrano.
En jamón o en cochifrito,
de ti, hasta los andares.
¡Ay, cerdito,
que te llamen, ¡que te llamen!




Hasta un lagarto vimos y yo, de nuevo oí sus bonitos versos:



El lagarto está llorando
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos
han perdido sin querer
su anillo de desposados
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Y a la lagarta y al anillo hubo de ir a buscar, pues salió pitando.

Le confieso, mi estimado poeta, aquí, en bajito y en secreto, que siento que defraudo a mi amiga Elvireta, al no poder averiguar de qué le viene el nombre a la Aldea del Cerezo.



Al partir, un último vistazo a la tierra de los olivos, y un regalo para los ojos al pasar por un mirador cerca de Montoro.



En resumidas cuentas, mi admirado poeta: en Cardeña pasamos dos días maravillosos, que nos supo a poco.



La luna se torna negra en su Canción de Jinete número dos y he imaginado, que bien podrían haber cabalgado esos bandoleros por los montes de Cardeña ¿por qué no por la hermosa Sierra Morena cordobesa?

En la luna negra

de los bandolero,

cantan las espuelas.



Caballito negro

¿dónde llevas tu jinete muerto?



... las duras espuelas

del bandido inmóvil

que perdió las riendas.



Caballito frío

¡qué perfume de flor de cuchillo!


En la luna negra

sangraba el costado

de Sierra Morena.



Caballito negro

¿dónde llevas tu jinte muerto?



La noche espolea

sus negros ijares

clavándose estrellas.



Caballito frío
¡qué perfume de flor de cuchillo!



En la luna negra,

un grito! y el cuerno

largo de la hoguera.



Caballito negro

¿dónde llevas tu jinete muerto?

Mas esta vez Sr. Lorca, no soñé con vos, si no con mi abuelo y viejos recuerdos.



Desde aquí partimos hacia su Granada amada, pero por el momento me despido, con la promesa de escribirle de nuevo.

Espero que pueda ser pronto, ya sabe usted que en verano las mentes se ocupan de otros menesteres.




Siempre suya,

Carmen


P.D.: Espero le gustara el repertorio de fotografías de la anterior carta, pues le vuelvo a dejar el enlace de viajeros www.viajeros.com/diarios/cardena/carta-naa-2-cardena-recuerdos-de-infancia-y-adolescencia

jueves, 23 de junio de 2011

Carta nº 1: Córdoba, lejana y sola

Madrid, a 25 de junio de 2011
Mi estimado Sr. García Lorca,
Soy fans suya desde que, con 9 años, me regalaron sus "Canciones y poemas para niños", libro que conservo como oro en paño. De todos ellos siempre me pareció fascinante esa "Córdoba, lejana y sola" por la que comienza mi viaje.

Espero, Don Federico, no se enoje conmigo por no viajar en jaca, sino en coche. En estos días que corren somos jinetes modernos, aguerridos escritores, fieros usuarios de Internet, que ya no usamos plumas, ni tinteros, ni papel.
¡Cómo ha cambiado el cuento!" -pensará usted. El ordenador y la wiki son nuestras armas ¡ay, mi ilustre poeta! ¡Sin ADSL no somos nada! Y, si bien cierto es, confieso usar ambas pues es herramienta útil. Usted léame atento que yo procuraré ser sutil, que a Córdoba, Cardeña y su Granada natal fui, de vacaciones, e intentaré narrarle los detalles y comentarle mis sensaciones.

Parecía cumplirse algún tipo de profecía, cuando en la A-4 un tráiler casi se nos echa encima. Me pareció oírle recitar sus trágicos versos:

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!


Mas no pasó del susto y seguimos nuestro camino. Por campos teñidos de rojo amapola y verde vid atravesamos La Mancha, para pasar, una vez superado Despeñaperros, al verde olivo y verde oliva de Andalucía. En esta ocasión fue le viento quien me trajo sus versos:


Arbolé, arbolé


seco y verdé.


La niña de bello rostro

está cogiendo aceituna.

El viento, galán de torres,

la prende por la cintura.

Pasaron cuatro jinetes,

sobre jacas andaluzas.

Con trajes de azul y verde,

con largas capas oscuras.

"Vente a Córdoba, muchacha."

La niña no los escucha.

Pasaron tres torerillos

delgaditos de cintura,

con trajes color naranja

y espada de plata antigua.

"Vente a Sevilla, muchacha."

La niña no los escucha.

Cuando la tarde se puso

morada, con luz difusa,

pasó un joven que llevaba

rosas y mirtos de luna.

"Vente a Granada, muchacha."

Y la niña no lo escucha.

La niña del bello rostro

sigue cogiendo aceituna,

con el brazo gris del viento

ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé

seco y verdé.

No es de extrañar pues que a Montoro, por ejemplo, le llamen "Tierra de olivos", aunque yo por lo que más le recuerdo es por sus níscalos y pinos.


Al toro y a Don Alonso Quijano le dan relevo el Tío Pepe y un asno, especie que desaparecerá si no cuidamos con esmero; al Dúo Dinámico y Fórmula V de antaño, Riki López y Joaquín Sabina; al cassette, un Cd-mp3; y... ¿al arte de la escritura? pues también, hoy se estila el Windows XP.


Un tráfico espantoso y grandes vías nos llevaron al hotel, en una calle angosta y sin aceras, como aperitivo de la maravilla que se nos presentaría: calles estrechas y empedradas; casas blancas de cal, con patios adornados de tradición, que me acercaron a gratos recuerdos de botijos, pozos, escaleras, sillas y lavaderos.



























































Uno parece estar en un patio gigante, tal cual lucen los balcones y las mismísimas calles, desde la del Romero al Callejón de las Flores





Encontré este rincón que al instante me sedujo. Sus farolas, sus macetas, sus ventanas. Me hechizaron sus colores como por arte de embrujo.





















Me gustó ver este apellido marcado en calles y letreros. Es muy de mi familia, el "Romero".














A la Calleja de las Flores fuimos dos días ¡hay que ver qué días tan distintos!
El primero opté por llevarme un imán para mi frigorífico.











El segundo, pude fotografiar exactamente lo mismo que sujetará mis listas de compras y olvidos.





Vimos muchos y hermosos carros de caballos. Paseando por el lateral de la Catedral-Mezquita, uno blanco, precioso, que me salió descabezao.
Avanzamos hacia la Torre y entramos, sin ánimo de pedir perdones, por la Puerta del Perdón, almacen de religiones, imposible imaginar a Córdoba sin ella.

























¡Ni sin sus naranjos!. En el mismo patio de su sombra y olor disfrutamos.









Su incomparable grandeza le hace a uno viajar en el tiempo, cuando se pasea por la judería. Puedes caminar por sus calles de leyenda -la de los siete Infantes de Lara una de ellas-; o seguir frases misteriosas en paredes para convertirlas en meta.

El Sr. Murphy hizo de las suyas e impidió que viéramos los Alcázares Cristianos y el Julio Romero de Torres, debiéndonos conformar con el de Bellas Artes, pero con Medina Azahara, gracias al recepcionista amable, le salió el tiro por la culata.
Me decepcionó el Puente Romano con su baranda y papeleras, y no digamos la Torrre de Calahorra con sus farolas, ¡tremendas!

Me fascinó la belleza de sus plazas: la Corredera, que tanto me recordó a la Plaza Mayor madrileña; la del Potro, aún con su fuente tapada; la de las Cañas; o la de los Capuchinos con su Cristo de los Faroles.



















Saqué de esta plaza la parte que me gustó, Sr. Lorca, ¡no sé qué les ha dado con las farolas! Al igual que las del Puente Romano y la Calahorra ¡un fiasco!





Una vez más ejerció de tapadera, Carlos, con cuyo cuerpo ocultó una fea papelera; y por una vez me gustó cómo el sol se filtraba, aunque de cara, como siempre, me cegara.



Es bonito de día...






...Encantador de noche













A la hora de comer, yo soñaba con reencontrarme con los caracoles y su olor a hierbabuena; festín para el paladar más exquisito los sabores cordobeses: desayunando un cafelito al fresco de la mañana, con su pan, tomate, jamón y aceite. A gustito, repandchingados en la terraza; y al caer la tarde, lo dicho, que no falte una de chicos en cualquier chiringo de la calle.

Al rico salmorejo, mazamorra, cordero sefardí y, como no, el rabo de toro, se le suman las tapas a tu antojo: chorizos, croquetas, berenjenas a la miel o gambas vestidas de patata; si bien no son muy diestros en el arte de tirar cañas, siempre se acierta en la elección del fino, pues como reza el slogan "ésta es bien sencilla, o moriles o montilla".







¡Ah! y le tengo que contar a mi madre que las regañás están de vicio.








Con Fino o con Cerveza, de día o al caer la tarde, el cordobés acostumbra no acostarse sin antes tomarse un vaso de chicos; o de grandes;ya sea con la cocción de hierbabuena o en salsa picante.



Lo comen tanto niños como padres, o dos turistas madrileños, recordando viejos tiempos.








Ese olor a comida de la judería convive con el perfume a azahar de los naranjos. En mi bolsillo una sola hoja hizo contentarse a mi nariz, que asomaba por allí de vez en cuando, y, aunque los naranjos no estaban en flor, Sr. Lorca, yo imaginé en ellos lavando a la Lola, cuando paseando por la calle San Fernando vi, junto a uno, una hermosa fuente:





















Bajo el naranjo lava
pañáles de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.

¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!

El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.


¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!

Luego, cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.

¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!


si bien, seguramente esos torerillos serían de Sevilla; con un olor menos grato, orín y boñiga de caballo, en algunas callejuelas por donde pasan los carros; con el aroma de tés y shishas de las teterías; con flores y más flores de calles y balcones; con la tradición... por cierto, uno de los patios ganadores tenía un limonero.








No quería yo despedirme sin hablarle de esta escena de sillas a las puertas de las casas, aún siendo bares.


Me recordó tiempos mozos al fresco del empedrado de la calle, en verano, comiendo pipas y altramuces.




















Soñé que el otro día usted me preguntaba: entonces, ¿qué te gustó más de Córdoba, Carmela? Y yo le respondía: sus calles, sus gentes, sus costumbres, sus ferias.
Sin otro particular, salvo esperar le haya gustado y devuelto el recuerdo, me despido.
Siempre suya,
Carmen




P.D.: Le dejo un enlace de una página de viajes, donde también escribo, para que eche un vistazo a más fotografías. El mundo digital... ¡otra maravilla!
http://www.viajeros.com/diarios/cordoba-2/carta-naa-1-cordoba-lejana-y-sola