Tienen la cabeza gacha
mas no se oye su llanto.
¡Ay, qué tristes olivarcitos!
-pero chiquillos, ¿qué os pasa?
-que aún siendo muchos, estamos solitos.
-alegraos pues, ¡yo estoy con vosotros!
- en el corazón, os llevaré conmigo
Madrid, a 10 de julio de 2011
Mi estimado Sr. García Lorca,
Vuelvo a la carga, Don Federico, no siendo mi intención en lo más mínimo darle la tabarra, si no continuar relatándole mi aventura por tierras andaluzas.
Después de desayunar tranquilamente -en la ya nuestra favorita terraza- y en un par de horas visitar Medina Azahara, pusimos rumbo a Cardeña, pueblo que viera nacer a mi mama.
Como ya se habrá dado usted cuenta, mejor hubiera sido empezar por Cardeña, pues es, del viaje trazado, lo que más cerca de Madrid nos queda. Pero sólo tuvimos un par de días para ver los patios, que debía ser lo primero y más urgía, ya que acababa el concurso el 15 de mayo.
Cuando uno esta de vacaciones no vale tener prisa, es por esto que nos nos importó demasiado incrementar 90 kilómetros arriba o abajo.
Habíamos calculado bien la hora para llegar a comer en cá Lucas, así que a las dos en punto, entrábamos por uno de los brazos del pueblo, cual pulpo, y la plaza su cabeza.
El tiempo me pareció inmutable salvo por algún pequeño detalle.
La misma larga calle de casitas blancas, a los lados ajardinadas y adornadas por diversas flores, que ambientan divinamente: Romero, geranios, rosas y tal vez espliego -o quizás lo imaginara-, me pareció oler a lavanda.
"Apenas ha cambiado nada" -le digo a Carlos. Y enseguida me arrepiento, al mirar las arrugas de mis manos, mis canas... ¡si sólo han pasado 25 años!
Diviso el reloj de la Torre del Ayuntamiento -siempre me gustó mucho, por cierto- y acuden de nuevo los recuerdos, de cuando en verano, para ir a la discoteca, quedábamos en la plaza, arregladas como muñecas ¡dulce adolescencia!
El balconcito de la habitación del hostal que nos hospedaba daba a la calle de la Iglesia, Ntra Sra. del Carmen. Como si por ella no hubiera pasado el tiempo, tal cual la recordaba estaba.
Con la protección de la noche, cual bandidos, nos
escondíamos en estos poyetes a fumar un cigarrillo.
Por si mi madre leyera esto... ¡mamá! que yo no fumaba,
sólo les acompañaba.
Al ir dando un paseo y subir por detrás oímos un "cla, cla, cla, cla, cla, cla" y otro "cla, cla, cla" que respondía. Al mirar hacia arriba ahi estaban, mis amigas, las cigüeñas.
Pueblo de nidos es, grandes y pequeños. Se pueden ver cientos de golondrinas que revolotean y anidan. Ruidosos pajarillos y, sin embargo, bellos.
También nos acercamos hasta la plaza del mercado y a la calle Baja del cerrillo nº 1, para ver la casa donde vivió mi abuelo, mi madre, y yo los veranos y veranillos, los Diciembres, las Semanas Santas y los Puentes. ¡Esa sí que ha cambiado, madre mía!
La casa baja de la izquierda era la de mi abuelo.
Dígame, Don Federico, a que inexorable pasa el tiempo, todo es efímero, nada duradero
Recuerdo bien su pozo, su patio, con sus parras,
y su... ¿seguirá intacto su encanto?
Los desayunos del domingo de aquel entonces eran
especiales: mi madre hacía chocolate y compraba, en
este mismo mercado, jeringas -unos churritos que estaban
para chuparse los dedos.
Ahora sigue habiendo churrería, pero la
encuentro algo diferente.
En éstas Sr. Lorca...
es fácil adivinar qué es lo que ha cambiado.
Al día siguiente, tras descansar un poco, a pesar del calor nos atrevimos con un sendero. 15 kilómetros de caminata por la solanera o tres horas deisfrutando de la dehesa -dos formas diferentes de ver las cosas- desde Cardeña a Aldea del Cerezo.
elegantes caballos; cabaras esquiladas, cuya lana ya habíamos visto agrupada;
Observando este ejemplar, y por tomarle a usted por ejemplo, le dediqué estos versos a semejante manjar,
el gorrino:
cerdo, puerco, o cochino,
a mi que me expliquen
cómo puedes estar tan rico
y llamarte marrano.
En jamón o en cochifrito,
de ti, hasta los andares.
¡Ay, cerdito,
que te llamen, ¡que te llamen!
Hasta un lagarto vimos y yo, de nuevo oí sus bonitos versos:
El lagarto está llorando
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos
han perdido sin querer
su anillo de desposados
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Y a la lagarta y al anillo hubo de ir a buscar, pues salió pitando.
En la luna negra
¡qué perfume de flor de cuchillo!