jueves, 27 de julio de 2017

Carta nº 3: En Granada me vi por todas partes

Mi estimado Sr. García Lorca,

El 19 de mayo llegamos a Granada a media mañana con mal tiempo. Según salimos del hotel para comer ¡mal fario!, comenzó a llover a cántaros. De suerte que al terminar la pitanza la lluvia había cesado y pudimos bajar la panza, dando un paseo.
Isabel la Católica y Cristóbal Colón
Calle de los Reyes Católicos

No sé si esta ciudad habrá cambiado mucho desde que usted por allí viviera, aunque puedo imaginar que antes, como ahora, uno siente que viaja en el tiempo a épocas lejanas donde vivieran y batallaran moros y cristianos. Subimos al Albaycin y recorriendo sus estrechas y empinadas calles, me vi por todas partes: Carmen de los geranios, Carmen de Veramar o de la morera, entre otros tantos; y un buen rato estuvimos en el Mirador de San Nicolás, contemplando como la Alhambra se convertía en rojo Castillo al atardecer.
la 1ª vista que obtuvimos de la Alhambra, desde el Mirador de San Nicolás




Viendo esta fotografía, se entiende por qué los buses son tan pequeños.





Cenamos en el Rte. El Mirador de San Nicolás.
La comida, estupenda; Las vistas: no nos pudieron ubicar cerca de la ventana;
Nos situaron cerca de la cocina, que siempre es más divertido.



“Desde cualquier parte ésta bella es” –me parece oírle decir. Y bien cierto es. Cosa que pudimos comprobar al día siguiente.
La mañana había despertado nublada, pero el sol a codazos con las nubes andaba para poder mostrárnosla, desde la Abadía y el Sacromonte, más clara.

                                                         
 Cuando llegamos de nuevo al Mirador, el cielo que algo más despejado estaba, y los gitanos allí tocando, nos alegraron el alma.
   










Y , además, el primer regateo que he hecho en mi vida fue allí, cerca de la cruz con una gitana. Loca de contenta me fui con mis castañuelas a tomar unas cañas, detrás de la Iglesia, Don Federico, ¡de esas bien tiradas!.











Con todo, apuntaba un día perfecto.

Aunque con ganas de ver las Zambras nos quedamos, nos fuimos a dormir temprano, que no por falta de ganas, si no porque al día siguiente madrugábamos.

A pesar de que en vacaciones no me hace gracia, fuimos madrugadores. El sábado se levantó como nosotros, un poco destemplado. A la Alhambra nos dirigimos y el día fue abriendo, del fresco de la mañana pasamos a un hermoso día soleado, que pasamos felices junto a cientos de personas, que de la misma alegría y paisaje disfrutaban.

Primero fuimos, raudos y veloces, hacia los Palacios Nazaríes y allí pasamos por la Sala de las Dos Hermanas; la de los Abencerrajes; llegamos a la Torre de Comares y atravesamos su patio; de allí por un pasillo vimos el Jardín de Lindaraja y las instancias que en 1829 el mismísimo Washington Irving ocupara.
Encanto que se rompió un poco al llegar al Patio de los Leones. Sabía que lo estaban restaurando, mas no esperaba encontrarlo patas arriba, eso sí, los leones en una sala lucen blancos.
Aunque esté mal decirlo, Don Federico, maldigo ahora la hora en que cámara en mano por esos lares perseguimos aquel romance entre Pedro y Anabel. Sería 1984, quizá 1983. Nos trajimos la foto de un beso y yo, contenta, sin saber que la segunda vez que fuera, casi 30 años después, tampoco figuraría en mi álbum semejante cartel ¡qué esquivos se me están volviendo estos felinos!

Le siguió una ojeada rápida al Palacio de Carlos V; la Alcazaba y cómo no, subí a la Torre de la Vela, arriesgando mi vida por las escaleras, para admirar su Campana, la misma que a usted tanto le gustaba; y un fresco paseo por los Jardines del Agarve me abrieron una ventana a Sierra Nevada.

Después anduvimos por el Partal, donde me asombró el paso de agua por los canales hasta su estanque.
Por el Paseo de las Torres nos dirigimos hacia el Generalife ¡nos regalaron los ojos sus jardines! ¡sus bellas fuentes!, y donde me siguió fascinando el agua caer por una escalera, donde acabé con la batería de mi cámara, y como rozaban las dos de la tarde… ¡qué buena hora pa’ las cañas!

Por la noche nos despedimos de Granada con una tortilla en el Sacromonte y prontito a la cama, que el Domingo, esta vez sin prisas (y sin madrugar), de vuelta para los Madriles.

¡ah! ¡qué casi se me olvidaba! Habíamos mirado en el GPS –otro buen invento moderno- la distancia de Granada a Fuente Vaqueros. Pero, aunque sólo está a 25 kilómetros no tendríamos tiempo, que tres días no dan para tanto. Nos queda pues pendiente para la próxima, entre otras, la visita a su pueblo.

Y no quisiera terminar sin dedicarle unas palabras a su, y ahora mi, amada Granada:

¡Qué hermosa la Alhambra!
¡qué bueno el tapeo
y, del Kiki, las cañas!
No se quedan atrás sus platos,
vinos, juergas y Zambras.
¡bellos barrios, con sus Cármenes!
¡Qué hermosa Granada!

Siempre suya,
Carmen